Los errores diagnósticos son una de las causas que pueden afectar a la calidad de la atención pediátrica. El Comité de Calidad Asistencial y Seguridad del Paciente de la Asociación Española de Pediatría ha publicado una revisión que analiza sus causas y propone soluciones para mejorar la seguridad diagnóstica.

Los errores diagnósticos constituyen una causa importante de incidentes graves en pediatría, con consecuencias para los menores, sus familias y los profesionales sanitarios. Estos errores se deben a una combinación de factores personales, como sesgos cognitivos y errores de razonamiento, y factores del sistema sanitario, como problemas organizativos y condiciones laborales inadecuadas.
Este tipo de errores puede producirse cuando no se identifica correctamente un problema de salud, se detecta demasiado tarde o directamente no se llega a diagnosticar. También existe el problema del sobrediagnóstico, que ocurre cuando se detectan problemas que no revisten gravedad, y se trata a menores sanos como si estuvieran enfermos, con los riesgos que ello conlleva.
Existen varios factores que aumentan la probabilidad de error en pediatría: la dificultad para comunicarse con los menores y sus familias, la variabilidad y presentación atípica de muchas enfermedades, el estrés y la fatiga del personal sanitario, y problemas estructurales del sistema, como la falta de acceso a especialistas o la sobrecarga asistencial.
El razonamiento clínico combina dos tipos de pensamiento: uno rápido e intuitivo, que puede inducir a errores, y otro más lento y analítico, que es más preciso, pero requiere más tiempo. La mejor práctica consiste en utilizar ambos enfoques de manera equilibrada.
Los sesgos cognitivos y las reglas mentales simples que ayudan a tomar decisiones rápidamente puedeninducir a errores cuando se basan en información incorrecta. También influyen factores como el estrés, la fatiga y las relaciones difíciles con pacientes o familiares.
Los distintos niveles asistenciales presentan desafíos específicos: en atención primaria, la falta de infraestructuras y especialistas favorece los errores; en urgencias, la presión asistencial y la escasez de información aumentan el riesgo de fallo; en hospitales y unidades de cuidados intensivos, la comunicación deficiente y la complejidad de los casos dificultan el proceso diagnóstico.
Otro reto importante es cómo gestionar la incertidumbre cuando no se puede establecer un diagnóstico claro. Es necesario reconocer los límites del conocimiento disponible y evitar pruebas o tratamientos innecesarios que puedan dañar al paciente, en línea con los principios de la prevención cuaternaria. El sobrediagnóstico puede derivar en tratamientos innecesarios, con impacto negativo en el desarrollo de menores y costes añadidos para el sistema de salud.
Para mejorar, se aplican estrategias que combinan acciones individuales y organizativas, como el uso de listas de verificación para revisar el diagnóstico, fomentar la reflexión para evitar sesgos y recurrir a segundas opiniones como medida preventiva.
La formación de los pediatras en diagnóstico y razonamiento clínico es fundamental. Esta formación debe basarse en la práctica, la reflexión, la retroalimentación inmediata y la repetición, e incluir el conocimiento de los sesgos cognitivos y la elaboración de diagnósticos diferenciales. Este aprendizaje puede desarrollarse tanto en la práctica clínica como mediante simulaciones.
Por último, la inteligencia artificial puede contribuir a mejorar la precisión y la rapidez del diagnóstico, especialmente en urgencias o ante enfermedades raras. Sin embargo, su uso debe ser prudente, ya que depende de la calidad de los datos y requiere supervisión profesional para evitar errores y mantener una atención humana y centrada en el paciente.
En resumen, comprender mejor cómo funcionan los procesos mentales, mejorar el sistema sanitario, formar adecuadamente a los profesionales y hacer un uso responsable de la tecnología son claves para avanzar hacia una pediatría más segura y precisa.